Formar profesionales docentes es una tarea que implica una gran responsabilidad pero también una gran satisfacción cuando los objetivos se nos muestran cumplidos... Es además una tarea en equipo que necesita de las otras instituciones por lo cual agradezco profundamente a toda la comunidad del Instituto Monseñor de Andrea.
"Los disparos alrededor nos impiden oír
bien. Pero la voz humana es diferente de los otros sonidos. Puede hacerse oír
por encima de ruidos que lo inundan todo, aunque no esté gritando, aunque sea
un susurro. Hasta el murmullo más leve silenciaría a un ejército, cuando dice
la verdad"[1]
Elegí esta frase aunque sea fuerte y su
dureza raye en lo cruento con el fin de poder darle el sentido a la voz humana,
y con ello a las palabras, a veces tan irresponsablemente usadas. La voz es la
herramienta principal y fundamental que el docente tiene para enseñar, guiar,
incluso amar a sus alumnos, con su voz es que emprende la tarea día a día, es
su sonido el que imprime el cambio cuando sus palabras son dichas con vocación,
con conocimiento y compromiso.
Quienes formamos formadores tenemos la doble
misión de utilizar esa voz para formar profesionales científicamente
eficientes, pero también personas comprometidas con la educación, y para ello
es preciso el trabajo en equipo donde se involucra también otras Instituciones.
En nuestro caso debemos agradecer
profundamente a todos los miembros del Instituto Monseñor de Andrea quienes nos
han permito entrar en su casa y han colaborado generosamente con los alumnos
practicantes, futuros docentes, y han sido imprescindibles en su formación.
Lic.
Prof. Mabel Ruiperez.
Los alumnos practicantes y futuros docentes
elevan su voz a través de las siguientes palabras
Este trabajo constituye una instancia de
reflexión acerca de nuestros primeros acercamientos a las prácticas docentes en
el nivel secundario.
Rebeca: “El primer día de prácticas fue tomar conciencia de la
importancia de ser docente, de llegar a formar parte de la vida de muchas
personas a lo largo de mi vida. Fue un gran
y pequeño paso para mí y para todos aquellos que serán mis alumnos. Lo
comparo a la frase que Neil
Armstrong pronunció al pisar la Luna en 1969: “Es un pequeño paso para un
hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
Franco: “Mi primer día de
clase en el aula estaba impregnado, influenciado por las observaciones
anteriores. No tenia miedo, sentía seguridad antes de entrar al aula, pero la
perdí apenas comencé con la clase. En mi interior invoqué al Espíritu Santo y
recuperé de nuevo el control sobre mi persona. En cierto sentido fue como la
primera vez que manejé un auto, estaba seguro, hasta que el coche se puso en
movimiento. De algún modo es querer controlar aquello que no tiene control, y
no me refiero al grupo de la clase, sino a mi persona. Que quiero decir con
todo esto, que uno no puede controlar una clase, un grupo, si primero no tiene
control sobre si mismo. Así no podrá
manejar ni un auto, ni un hogar, ni una comunidad. Si primero no se gobierna
uno mismo”.
Jonathan: “Cuando me dijeron que tenía que dar clases, primero, de filosofía, y
luego, en un 6to año, experimenté un temor importante. Por un lado, no me
sentía para nada seguro con el contenido de la materia que me tocaba (por más
que pronto me recibiría como profesor de esa materia), identificando grandes
lagunas en mí y poca solidez conceptual, lo que me hacía sentir como que estaba
por caminar sobre arena en lugar de hacerlo sobre un suelo firme. Y por otra
parte, me daba temor el tener que trabajar con chicos de 17/18 años, ya que
nunca lo había hecho y además la diferencia de edad conmigo no es muy amplia. Y
otro condimento para mis temores era el recuerdo de mi sexto año, en donde gran
parte del curso le hacía la vida imposible a los profesores.
Además,
el hecho de que fuera en una institución en la que yo sabía que se recibía a
alumnos con diversas problemáticas era otra mancha más al tigre de mi
inseguridad, en cuanto al manejo del grupo. Sumándole a todo esto el hecho de
que tiendo a agrandar las cosas, la imagen que se me representó en la mente fue
la de meterme como en una selva de la que no sabía cómo iba a salir
después!!!!!!
El
primer día, cuando llegué, tenía muchos nervios, ya que, por todo lo que acabo
de decir, no sabía con qué me iba a encontrar. Me recibió el portero y luego el
vicedirector, muy cordialmente. El profesor aun no había llegado, hasta que a
los 20 minutos de estar yo ahí tocó la puerta…Yo quería ver su cara! No sé por
qué, pero tenía el prejuicio tonto e inconsciente de que como profesor de
filosofía iba a ser un sabelotodo que me iba a mirar “desde arriba” y con un
aspecto físico tal vez semejante al de los filósofos alemanes, como Heidegger,
que tenían esos bigotes y cara de malos. Qué tontería!!
Entró,
entonces, el profesor. Estaba muy serio y más temor me dio porque esto en parte
confirmaba mi prejuicio!!! Me saludó y me hizo seguirlo hasta el aula. Yo iba
detrás de él sin saber qué decir. Subimos las escaleras y entramos. Cuando vi
lo pequeña que era el aula y los pocos alumnos que eran ya fue un peso menos
sobre mi espalda. Hablé un momento con él presentándome y contándole lo que
tenía pensado hacer y él se mostró muy cordial conmigo. Me contó varias cosas,
entre ellas que era egresado del mismo profesorado que yo, que conocía y
admiraba a ciertos profesores que yo también admiro, etc. Así que todo esto me
fue rompiendo el prejuicio y la pared de mis temores poco a poco se fue
desmoronando.
Me
presenté con los alumnos y les pedí que me dijeran sus nombres. Hasta el
momento todo bien, ninguno me había tirado con nada aun ni se me había burlado…
Y bueno,
así comencé mi primera clase, cuyo tema era la Metafísica. Los primeros cinco
minutos un poco nervioso, pero una vez transcurridos esos minutos el temor se
me fue y me encontré bastante seguro frente a ellos, dando el tema que me
tocaba dar, que, dicho sea de paso, no era ningún monstruo, sino que con un
poco de estudio pude dominar para luego enseñarlo…
Los
alumnos se mostraron interesado en el tema. Prestaron atención, preguntaron,
aportaron…yo no podía creer que un curso de 6to año fuera tan tranquilo!!! Pero
sí, la verdad es que así eran, un grupo unido, respetuoso y ubicado, y doy
gracias a Dios de que mi primera experiencia de dar clases ante chicos de esta
edad haya sido con ellos.
Cuando
terminé de dar la clase, conversé un rato más con el profesor y me volví a mi
casa, muy satisfecho de la experiencia vivida”.
Daniela: “A partir de las prácticas docentes realizadas en el
Instituto Monseñor de Andrea, expreso mi agradecimiento al profesor de la cátedra
Ciudadanía y Participación I quien me ha cedido sus horas y acompañado a lo
largo de mi desenvolvimiento áulico, observando y evaluándome.
Las prácticas
han sido una experiencia de conocimiento y aprendizaje en mi formación como
docente. Cada situación ha sido un desafío que he podido superar gracias a las
enseñanzas, consejos y advertencias del profesor Diego Gogna, las enseñanzas y
el seguimiento de la profesora Mabel Ruiperez, y las reflexiones personales
después de cada clase dada.
La buena vinculación con los alumnos, el interés por
escuchar lo que tenían para decir, han sido mis fortalezas; lo que me ha
facilitado el sentirme libre en el aula para salir de lo planificado cuando
alguna situación lo requería, y superar los miedos propios de enfrentarse a un
grupo de alumnos desconocido.
Desde el principio me he sentido muy
bien recibida desde las autoridades hasta por los alumnos y el profesor. Sin
abandonar los miedos a lo desconocido pero intentando ser mejor docente clase
tras clase, disfrute de la experiencia que me habilita para mi futuro desempeño profesional.
La devolución
de los alumnos a través de sus cartas, me anima a continuar en el camino de la
enseñanza, profundizar y afianzar mi vocación. Desde el comienzo hasta el final
he percibido la demanda de amor que hay y esto abre en mí muchos
cuestionamientos que ponen en juego mi ser docente, mi ser persona. ¿Cómo
ayudar a través de la enseñanza; cómo generar en ellos el interés del estudio,
y progreso personal; cómo trasmitir la esperanza de un mundo mejor forjado por
nosotros, por ellos los jóvenes...?”
Analía:
“La tarea de enseñar,
de educar es en realidad un largo proceso, un camino a recorrer siempre en
compañía de quienes aman lo mismo que uno; es una tarea que debe realizarse con
convicción y con amor, al ejemplo del Gran Maestro Jesús, y como él, se trata
de buscar y encontrar la plenitud no sólo nuestra sino también la de quienes se
confían en nuestra manos para ser educados; vale aquí las palabras del cuidador
de la higuera en la parábola de la higuera sin fruto (Lc 13, 6-9): “Señor,
déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto”. Cada alumno es como una pequeña higuera, debe
cultivarse, regarse, podarse y ver cómo va creciendo día a día pero, ante todo
debe amarse; así con cada persona pues todos y cada uno de los alumnos y
alumnas merece nuestra dedicación y cuidado”.
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